Marianico al recortArte

"Peluquero", así de claro lo tenía cuando con 8 años cortó el pelo a su primer muñeco. Los 2 de la siguiente semana lo reafirmaron y los otros 3 de la siguiente le terminaron de convencer.
Le gustaba cortar, amaba el sonido de la tijera al cerrarse y llevarse consigo un mechón de pelo, al ritmo de su característico tintineo metálico. Por encima de todo estaba el arte eso sí. Para él no sólo era morirse de frío sino cada expresión del alma, cada pasión materializada en un soporte.
_ No me toques el pelo, ¡tengo mis derechos! - gritaba alguna Nancy que otra.
_ ¡Calla hippie! Déjame recortarte, por el bien del arte.
Y así, entre clientes de plástico contentos, otros descontentos y otros con bocas misteriosamente quemadas, pegadas o grapadas el pequeño Marianico se hizo mayor.
Ya era todo un señor, un macho con pelo en pecho, un hombretón al que no le hacía falta una luz encendida para poder dormir.
De este modo, con 35 añitos recién cumplidos y tras haber estudiado en la prestigiosa universidad de Vellodolid, Marianico estaba preparado para el mundo, ¿lo estaría el mundo para él?
Decidido, cogió su juego de tijeras y accesorios, un libro con muchos dibujos, una Cuore, un atillo y se despidió de su madre.
_ Mamá, te prometo que volveré a casa, cuando mis recortes sean conocidos mundialmente.
Y se fue...
Marianico tenía que cambiar radicalmente su vida si quería cumplir su sueño... Sería difícil pero lo conseguiría, se convertiría en el genio del recorte, el Picaso de la tijera, el Messi de los trasquilones.
_ Señor, ¿café?
_ Cortado, gracias

_ Aquí tiene sus pantalones, muy cortos tal y como pidió
_ Gracias indígena sudamericano ilegal

_ ¿Cuánto ron desea?
_ No te cortess, te quiierrruuoo

Poco a poco lo iba consiguiendo, seguía escrupulosamente la senda del recorte, costase lo que costase. Pero debía ser más ambicioso: explorar la esencia humana y su arte, como unión de culturas y pasiones.
"Voy a cortar pelo púbico de hombre", le dijo a su madre por teléfono antes de que ella colgase hundida en un mar de lágrimas.
"Montaré un negocio donde haya gente de bien, que sepa reconocer mi talento y mi compromiso al recortArte". Dicho y hecho, al día siguiente emigró a la capital y se asentó al lado de un edificio en calle Génova muy bonito, con tintes de azul esperanza.
Allí conoció a mucho hombre agradable. "Buen trabajo chico", "Me has dejado las pelotas como castañas peladas" o "Lo tuyo es recortar hijo" fueron algunas de las alabanzas a su trabajo que le reafirmaban que iba por el buen camino.
Sin embargo, no fue hasta un año después cuando, con el negocio asentado, se le presentó la posibilidad de su vida. Un día del mes de Mayo requirió de sus servicios un hombre con bigote poblado, no muy alto pero si con grandes aires.
_ Buenos días chaval - le dijo mirándole fijamente a los ojos - he oído que eres un experto manipulando huevos y recortando. Demuéstrame lo que sabes hacer...
Puede que estuviese ese día muy inspirado, puede que fuese muy simpático, puede que fuese por Unisef; el caso es que, acabado el trabajo, el hombre le pagó y le dijo que le quería en su equipo.
_ Pero señor, yo no sé hacer su trabajo... - dijo Marianico modestamente
_ Con el tiempo aprenderás, tienes mucho talento recortando...

Y así fue como Marianico se metió en política y un día pudo cumplir su sueño de que una nación entera reconociera su arte de recortArte