Y al séptimo día Mercadona no descansó, y con toda la magia negra que aún le quedaba creó Hacendado…

Ahí comenzó todo…
_Mamá, ¿dónde están las galletas? – vociferó George Markel nada más cruzar el umbral de la puerta.
Tenía la ropa sucia, la cara sucia y la mente sucia. Y un hambre que ni cuatro bueyes cebones con cuatro antílopes cenados parecían poder calmarlo.
_En el armario encima de la lavadora – le respondió una voz femenina cuya difícil localización podría dar a suponer que se trataba de Dios.
Aun con los músculos hechos papilla por el entrenamiento avanzó como alma que lleva el diablo hacia el armarito de la cocina, atravesando alfombras, cojines desperdigados por el suelo, perros y un sinfín de cachivaches que poblaban la jungla de nombre hogar.
Durante todo el camino de vuelta se había estado imaginando el banquete que se iba a pegar, lo cerdo que se iba a poner devorando todo aquello que su madre habría comprado mientras entrenaba. En su lista de peticiones había galletas Príncipe de Beckel... , pizzas de Casa Tarradellas de todos los colores, sabores y texturas, Coca- Cola Light Sin Cafeína Al Limón de Todos los Santos, Ruffles Jamón Jamón y un gran etc. cargado de calorías pero placer gúlico indescriptible.
Tras el último cuádruple salto con tirabuzón que le permitió sortear a un puma que casualmente pasaba por el salón llegó a la cocina y divisó el armario. Ahí estaba, esperando ser abierto por alguien, y ese alguien iba a ser él. Sí, él iba a abrir el armario y él iba a comérselo todo todo y todo. Primero iría a por las galletas, después… después ningún ser humano podría aventurarse a predecir qué sería lo siguiente. Una vez abierta la caja de Pandora cualquier cosa podría llevarse a la boca… ¿cualquier cosa…?
Avanzó a cámara lenta, prolongando el orgasmo presensorial, y ejecutó el movimiento Ratzinger, consistente en llevar las dos manos al frente y abrirlas y cerrarlas a intervalos regulares, con un palmeo hipnótico que rezumaba duende por todos sus poros.
Estaba llegando. Sí, sí, sí. Por fin!!!! La puerta del armario apareció ante sus ojos y una sonrisa de gozo se dibujó en su boca, a sabiendas de lo que había tras la puerta tres.
Abrió poco a poco el armario, dilatando el momento y dejando al público expectante, y se dio cuenta de que una luz blanca salía del interior del mismo. ¿Serían las nuevas galletas de triple chocolate blanco? ¿Estaría sufriendo alucinaciones causadas por el hambre? ¿Acababan de instalar un Led luminoso y no le habían dicho nada? Pronto despejaría cualquier atisbo de duda.
La puerta se abrió más y más y la luz ya prácticamente era cegadora. Se frotó los ojos, hizo un esfuerzo por adaptar sus pupilas y se obligó a mirar al objeto directamente. En un principio creyó ver un ángel pero después fue ganando volumen y contorno y ante sus ojos apareció un objeto de forma tubular. Todavía no podía distinguirlo del todo pero podía poner la mano en el fuego asegurando que era un paquete de galletas. Un caudal de emociones distintas discurrían por él y se juntaban aleatoriamente meciéndole en un estado más bien cercano a los efectos de los tripis que al mero estado de hambruna. Alegría, desesperación, miedo, euforia…
_Galleeeetas!!! – mugió cual vaca en celo.
No podía ver aún el logotipo y las letras pero sí algún que otro color: azul, rojo, marrón, verde…
¿Verde?
Él no recordaba ninguna tonalidad verde en el paquete de Príncipe de Beckeletc. y él conocía muy bien ese paquete. Vaya que si lo conocía. De todos los paquetes ese era sin lugar a dudas el que más tiempo había pasado entre sus manos, y eso es mucho decir. Desde pequeñito había crecido llevándose ese paquete a la boca. Por la mañana, por la tarde, por la noche… Daba igual. Ese paquete siempre había tenido cabida en su vida.
Un sudor frío recorrió el cuerpo del joven George Markel. Algo no iba bien en Galletalandia.
Agarró el paquete entre sus manos, lo sacó del armario y con sumo cuidado lo depositó encima de la mesa de la cocina.
Tenía que hacer algo para poder ver a través de esa luz que irradiaba y tenía que hacerlo ya. Su estómago le estaba dando un ultimátum.
Corrió a su habitación y al momento volvió con unas gafas de sol en la mano.
_Es la hora de saber la verdad y merendármela con un gran vaso de leche.
Con un gran resoplido se puso las gafas, llevó la vista al paquete y miró directamente a las galletas.
………
………
_Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo!!!!!!
Lucifer vestido de paquete de galletas le miraba directamente a él mofándose sin ningún escrúpulo. El mismísimo diablo bajo uno de sus nombres, Hacendado, había acabado con el Príncipe de Beckelpollas y ahora planeaba acabar con él.
_Marca blancaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!!!! – gritó George Markel al borde de la histeria.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué le tenía que pasar eso a él? Sólo quería merendar, nada más. No se merecía aquel castigo tan cruel.
Sus ojos daban vueltas y miraban a un lado y a otro encontrándose con una cocina desconocida. Pasaban de un armario a otro en busca de nada y de todo, sin saber qué hacer o qué buscar.
En un arrebato de esperanza pegó una zancada de gigante y con una fuerza sobrehumana arrancó la puerta de la nevera dejando a la vista…


Leche Hacendado
Cola Hacendado
Embutido Hacendado
Zumo Hacendado
Frutas, verduras y hortalizas Hacendado

_Arrrrrrrgggg!!!!!
A 500 metros ya de la cordura abrió impulsivamente todos los armarios de la cocina buscando algún rayo de luz pero la firma Hacendado estaba en todos los lados, invadiendo cada rincón e invadiendo su mente.
Hacendado, hacendado, hacendado…
El mundo daba vueltas a su alrededor, las formas y los colores se juntaban en una mancha amorfa y una agonía delirante le quebraba la cabeza haciéndole proferir unos alaridos más propios de un animal que de un ser humano.
Lo que empezó como una más que posible merienda multiorgásmica se había convertido en la peor pesadilla culinaria jamás contada…
Cientos, miles, millones de personas sufrieron este mismo episodio a lo largo de ese mismo mes…
El mundo cambió y nunca más volvió a ser el mismo…. ¿Serás tú la siguiente víctima de Hacendado?

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